hijos de las cárceles franquistas

HIJOS DE LAS CARCELES FRANQUISTAS

RECIENTES INVESTIGACIONES SACAN A LA LUZ LA POLÍTICA DE LOS
PRIMEROS AÑOS DE LA POSGUERRA PARA BORRAR EL PASADO REPUBLICANO DE LOS NIÑOS

TERESA CENDRÓS / FRANCESC VALLS 24 MAR 2002
Hija mía! ¡No me la quiten! Por compasión, no me la roben. ¡Que la maten conmigo! ¡Me la quiero llevar al otro mundo! ¡No quiero dejar a mi hija con esos verdugos!'. Fray Gumersindo de Estella describe así los gritos que el 22 de septiembre de 1937 se oyeron en la cárcel de Torrero (Zaragoza) antes del fusilamiento, entre otros detenidos republicanos, de Selina Casas -de la que se decía que era la mujer de un anarquista llamado Durruti- y Margarita Navascués. “Las di la absolución y, antes de que el teniente descargara los tiros de gracia, me alejé de aquel lugar caminando como un autómata”, prosigue el relato. El historiador Julián Casanova, que ha sacado a la luz los escalofriantes diarios del citado fraile capuchino, agrega que dos monjas se llevaron a las hijas de las fusiladas a la casa de la maternidad. ¿Cuál fue el destino de los hijos de los represaliados, por el franquismo? ¿Qué papel jugó la Iglesia? ¿Cuántos fueron dados en adopción? ¿Cómo trató el régimen del 18 de julio a “esos hijos de débiles mentales”?, tal como los definía el psiquiatra militar Antonio Vallejo Nájera, autor de Eugenesia de la hispanidad. Muchas de estas preguntas tienen difícil respuesta. No hay datos de qué sucedió en las cárceles con los hijos de las presas que permanecían con sus madres hasta los tres o los seis años. El hecho de que las familias estuvieran divididas, en las cárceles o en el exilio, la desaparición por fusilamiento de la madre o que la presencia de niños en las prisiones no constara en ningún registro son impedimentos que convierten los testimonios personales en elementos de excepcional importancia.
“Una serie de disposiciones legales de los años 1940 y 1941 propiciaban que los padres de los niños que ingresaran en el Auxilio Social perdieran la patria potestad, que pasaba al Estado; también facilitaba el cambio de apellidos siempre y cuando la familia adoptante fuera profundamente católica y adicta al régimen”, afirma el historiador Ricard Vinyes, asesor del documental de la televisión catalana TV-3 Els nens perduts del franquisme (Los niños perdidos del franquismo), fruto del trabajo de un año, recientemente emitido por el canal autonómico y que ha causado gran impacto social en Cataluña.
El Estado y sobre todo la Iglesia, a través de internados, eran las dos patas sobre las que se apoyaba la vuelta a la sociedad de los hijos de presos republicanos en la España católica y triunfante del 18 de julio. Algunos de esos niños eran dados en adopción, otros emprendían carrera como seminaristas. El objetivo era cortar cualquier conexión con el pasado.

Pequeños repatriados

La preocupación del régimen por los hijos de los republicanos se plasmó en las colonias infantiles en el extranjero. El Servicio Exterior de Falange puso especial énfasis en repatriar a esos niños y niñas, muchas veces con su familia desaparecida, y de los que el avance de las tropas alemanas en Europa facilitó el retorno masivo. Así, de los 17.489 evacuados a Francia por la República, 12.831 fueron repatriados; en Bélgica, la cifra de retornados fue de 3.798 de los 5.130 niños españoles que habían sido evacuados. En total, de 32.037 niños enviados por sus padres al exterior regresaron 20.266, según datos que ha recopilado Ricard Vinyes.
“No sé lo que pudo pasar con posterioridad al año 1940, sólo respondo de mi periodo de mando en el Auxilio Social [hasta el fin de la guerra], pero en el periodo que yo estuve al frente puedo afirmar que no hubo absolutamente ninguna irregularidad en el terreno de las adopciones”, explica Mercedes Sanz-Bachiller, de 90 años, viuda de Onésimo Redondo, fundador de las JONS [partido político que se fusionó durante la II República con Falange para dar origen a FE y de las JONS]. La pugna con Pilar Primo de Rivera -hermana del fundador de Falange- apartó a Mercedes Sanz-Bachiller de la dirección de Auxilio Social, “una idea que”, recuerda, “copiamos de Alemania, porque no todo era tan malo allí, como seguramente tampoco lo era en la China de Mao”. “Nosotros nunca quisimos discriminar a nadie, tampoco queríamos hacer caridad, como la Iglesia, y debo decir que durante mi mandato nada de esto sucedió”, agrega.
Las cosas empeoraron en la posguerra. Las cárceles de mujeres comenzaron a albergar inquilinos infantiles en sus celdas. Y las condiciones de salud y alimentación eran infrahumanas. La catalana Carme Riera, de 88 años, tiene a su hija Aurora enterrada en Mutriku (Vizcaya) desde 1940. La niña murió con sólo un año de un virus desconocido que mató a 30 criaturas en una semana en la cárcel de Saturrarán, donde Carme Riera cumplía una pena de 30 años por el único delito de haber sido la compañera de un dirigente del sindicato CNT, Horacio Callejas, fusilado en 1939 en Barcelona. “En Saturrarán”, narra esta mujer, “éramos unas 200 madres con hijos”. Ella nunca quiso separarse de su hija, aunque, según cuenta, las religiosas que regentaban la maternidad de Les Corts, en Barcelona, donde nació la pequeña estando Carme Riera detenida, intentaron llevársela de su lado desde el primer día. “Tuve un buen parto, pero después sufrí una infección que me mantuvo en cama seis meses. Con la excusa de que yo no estaba bien las monjas quisieron quitarme a la niña; decían que yo no la podía criar. Yo me negué, y por eso no me daban racionamiento para mi hija. Era su manera de presionarme para que se la entregara, pero nunca lo hice. Una vez insistieron tanto, que les contesté de mala manera: “Nunca os la daré. Antes la ahogo”, relata Carme Riera.
En los años cuarenta, las presas se hacinaban en las cárceles. En la de Ventas (Madrid), con capacidad para 500 reclusas, había más de 5.000. Y los niños vivían con ellas. 'De ese periodo recuerdo el caso de una joven anarquista que esperaba ser fusilada y tenía una niña; su último deseo fue que diesen el bebé a su madre. Cuando la ejecutaron, en el cementerio del Este, consiguió que, como última voluntad, el oficial que estaba al mando del pelotón, el que le dio el tiro de gracia, se comprometiera a llevar a la niña con su abuela. Inmediatamente después de la ejecución, cuando el militar volvió a la cárcel, la niña ya no estaba', describe la madrileña Trinidad Gallego, enfermera y militante del Partido Comunista que sufrió diversas condenas.

Niños en los presidios

Episodios como éste coincidían en el tiempo -principios de los años cuarenta- con la voluntad del franquismo de legislar sobre la situación infantil en los presidios. “Con el tiempo, Saturrarán y las cárceles del país se quedaron prácticamente sin niños”, dice Ricard Vinyes, que prepara un libro de próxima aparición sobre el mundo penitenciario femenino. Bajo el término “destacamento hospicio” se designaban las operaciones de traslados infantiles a orfanatos o internados religiosos realizadas bajo la responsabilidad del Ministerio de Justicia, ocupado en esa época por Eduardo Aunós Pérez, antiguo militante de la Lliga Regionalista [partido catalanista conservador, liderado por Francesc Cambó], que ya había ocupado dicha cartera durante la dictadura de Primo de Rivera, añade el historiador.
En 1942 estaban tutelados por el Estado en centros religiosos y establecimientos públicos 9.050 niños y niñas. En 1943, la cifra ascendió a 12.042. La ideología que subyacía en esta orientación del franquismo de segregar de sus familias a los hijos de presos políticos era la del psiquiatra Antonio Vallejo Nágera, quien desde 1938 se encargaba del Gabinete de Investigaciones Psicológicas del Ejército, cuya finalidad era “investigar las raíces biopsíquicas del marxismo”. Vallejo sostenía en el libro La locura de la guerra. Psicopatología de la guerra española que “si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación total de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan temible”. Y esta doctrina dio sus frutos. “He visto escenas increíbles durante mi estancia en la cárcel”, recuerda la enfermera Trinidad Gallego. “Uno de esos episodios fue cuando la mujer de El Campesino recibió la visita de su hijo, vestido de seminarista, acompañado de un cura”, añade.
Al asturiano Uxenu Álvarez, de 72 años, también le tocó ver a sus dos hermanos, Arcadio y Rodolfo, vestidos de cura. Cuando encarcelaron a su padre y lo condenaron a muerte –“sin tener delito de sangre ninguno; mi padre era sencillamente un obrero defensor del Gobierno legal que había ayudado con su coche a las fuerzas legales”, explica Uxenu Álvarez-, a él y a tres de sus hermanos, huérfanos de madre, los ingresaron en el hospicio de Pravia (Asturias). Poco después a Arcadio y a Rodolfo se los llevaron al seminario. “A mí, con sólo siete años, me vistieron de falangista, y a mis hermanos, de curas. Ni ellos ni yo teníamos ni idea de qué nos estaban haciendo”, cuenta.
                                                                               
Tres vidas a la sombra de la verdad.

MARÍA TERESA MUÑOZ / ALGECIRAS | ACTUALIZADO 02.09.2012 - 05:01

Isabel Gómez lucha por arrojar luz sobre su propia historia · Lleva ante la Fiscalía el supuesto robo de varios de sus hijos nacidos en los 70 · Recurre al ADN con la esperanza de poder cruzar muestras.
La sombra del horror que representó un colectivo médico y religioso desde los años 50 hasta los 90 sigue pesando cada día sobre numerosas familias, afectadas por los casos de niños robados. Unas dos décadas ha tardado en descubrirse toda una compleja trama basada siempre en el mismo modus operandi, una ficticia muerte de recién nacidos y su posterior venta a familias que no eran las biológicas. 
La familia de Isabel Gómez es una de las 300 afectadas que se contabilizan aproximadamente en la provincia de Cádiz, la zona con más número de casos. Isabel perdió nada menos que a tres hijos de los cinco que podría tener en estos momentos, y los tres en Algeciras. 
Su historia comienza en los años 70, cuando tenía 20 años de edad y alumbró a una niña, el segundo de sus hijos, en una clínica privada. Tan solo pudo ver la cabeza del bebé porque rápidamente se la llevaron las monjas que la asistieron durante el parto. Inquieta por no poder ver a su hija, preguntaba una y otra vez a las religiosas, quienes contestaron en un primer momento que la niña estaba bien. Más tarde se hicieron las desentendidas hasta que finalmente le dieron la mala noticia del fallecimiento. Entonces comenzó su calvario como madre, sin esperarlo, ya que su primer hijo, un varón, había nacido en esa misma clínica sin ningún tipo de problemas. Con las prisas, el médico se olvidó de extraerle la placenta, un descuido que le provocó fuertes dolores. 
Tras la primera pérdida, de nuevo quedó embarazada y dio a luz en la misma clínica privada, obteniendo el mismo resultado, otra niña que estuvo viva durante tres días pero repentinamente murió, sin recibir una explicación clara de las causas, ni siquiera un certificado. 
El desánimo ya se apoderó de Isabel y de su marido, Juan. Para evitar pasar por lo mismo una tercera vez, esta madre se planteó medicarse porque "¿para qué quería tener hijos? ¿para que se me murieran?", afirma Isabel con contundencia. Comenzó un tratamiento anticonceptivo bastante fuerte que le alteró el organismo. El médico le aconsejó que lo abandonara porque ya no se quedaría en estado pero a los pocos meses, de nuevo, esperaba otro hijo. Al respecto, el facultativo le advirtió de que le ocurriría lo mismo que con los anteriores, lo que derrumbó aún más a Isabel porque finalmente se cumplieron las previsiones del médico. 

Nunca acudieron al entierro de sus hijos porque el médico no les dejaba que les dieran sepultura porque consideraba que "era una tontería hacer un nicho para un niño tan pequeño pero para mí era una persona", afirma Isabel. Sin embargo, su marido sí que presenció la sepultura en una fosa común del tercer y último hijo fallecido. Para sorpresa del matrimonio, hace unos meses solicitaron unos documentos para comprobar que se enterró a su bebé y sorprendentemente, en la caja figuraba un niño cuando había dado a luz a una niña, por lo que ya corroboraron que todo había sido un engaño. 
La experiencia vivida hasta el momento fue negativa. Sufrió mucho, cada vez que volvía a casa y debía guardar todos los preparativos para recibir al bebé. Pero su suerte cambió en cuanto dio a luz a su última hija, y la segunda de los cinco que tuvo que ha podido criar, en una residencia, ya no era la clínica privada que la abandonaron porque no tenían fuerzas para volver una vez más ni el dinero necesario. "La residencia fue mi salvación porque tengo la sensación de que en la clínica habrían intentado quitármela otra vez", afirma Isabel. 

En 2010 denunció su caso ante la Fiscalía de Algeciras y todavía espera una respuesta. Paralelamente, tanto su marido como ella se están haciendo pruebas de ADN en un banco en Barcelona, a la espera de que les llamen para darles la noticia que no le dieron hace cuatro décadas. Confiesa que en numerosas ocasiones ha visto por la calle a personas que les recordaban a sus hijos pero rápidamente desechaba la idea. Sin embargo, "ahora, el corazón me dice que mis hijos están vivos, pero sé que será muy difícil encontrarlos, son muchos los niños que robaron", afirma Isabel, a quien no le importa que sus hijos tengan otra familia, tan solo quiere encontrarlos para "decirles que yo nunca los he abandonado, que me los han robado". Así es otra de las numerosas historias que siguen esperando justicia cuatro décadas después.
MARÍA JOSÉ ESTESO POVES / REDACCIÓN

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