Los niños congelados de la clinica San Ramon
Reportaje de Interviú en
1981, empiezan las primeras denuncias publicas de la fábrica de bebes, en la
Clínica Privada San Ramón.
“El doctor Vela entregaba a los bebés porque era un
negocio”
Una enfermera que trabajó en la clínica
privada San Ramón de Madrid a finales de los años ’70, con el doctor Eduardo
Vela, revela a DIAGONAL cómo se entregaban los bebés y que no se anotaban los
nacimientos de los niños ya adjudicados a otros padres.
MARÍA JOSÉ ESTESO POVES (REDACCIÓN)
MIÉRCOLES 6 DE ABRIL DE
2011. NÚMERO 147
Fachada de la maternidad privada de San Ramón, Paseo de la Habana 143 de
Madrid, donde cientos de niños fueron dados en adopción y otros tantos
supuestamente murieron. Foto: David Fernández.
Una enfermera, ya jubilada, explica todo lo que sucedía en la
clínica San Ramón, donde las denuncias por robos de bebés saltaron hace más de
30 años. Esta enfermera trabajó unos meses en la maternidad con el doctor
Eduardo Vela Vela y relata que en esa clínica se entregaban niños, que es
cierto que había un bebé congelado en una cámara frigorífica, siempre el mismo,
y que Vela hacía cesáreas sin necesidad para que las parturientas estuvieran
más tiempo en la clínica y ganar más dinero. La enfermera, que no desea
identificarse, asegura que quiere contar lo que vio para ayudar a las personas
que están sufriendo.
DIAGONAL.: ¿Cómo llegó usted hasta esa clínica?
ENFERMERA: Me llamaron para hacer una sustitución de unos meses, a
finales de los años ‘70.
D.: ¿Y qué recuerda?
E.: Empecé a ver cosas muy raras. Yo era enfermera y tenía
experiencia suficiente para darme cuenta de que aquello no era normal. Por
ejemplo, ingresaban
muchas mujeres sobre las que había una especie de pacto para que no se registrasen en ningún
documento. Ni en el libro de entrada de la clínica, ni en el de salida. No
había historia médica, nada. A mí aquello no me parecía normal, pero eso era
algo como asumido allí. Había como un acuerdo. Y los demás obedecían órdenes.
Existía mucho secretismo.
D.: ¿En qué casos ocurría esto?
E.: Venían muchas chicas extranjeras embarazadas, filipinas o de
otros lugares, que trabajaban en casas de gente de dinero. Eranchicas
internas, “criadas” como las llamaban antes, que se habían quedado embarazadas porque habían tenido una historia de
amor con el señor de la casa…
D.: ¿Una historia de amor…?
E.: Sí o las había dejado embarazadas el señorito. En esos casos
no se anotaba nada. Y la
familia ‘bien’, gente
importante, en la mayoría de los casos, lo
pagaba todo… Yo
notaba que todo estaba ya pactado. Había mucho dinero de por medio.
D.: ¿Cuánto, unas 100.000 de las antiguas pesetas?
E.: No, yo diría que mucho más, eso es muy poco.
D.: ¿Ellas estaban de acuerdo en dar ese hijo?
E.: Estas mujeres sí. Sabían a lo que iban. También había chicas embarazadas que no estaban casadas, incluso muchas
de ellas eran también de familias adineradas. De jueces, médicos, abogados,
políticos... gente de alto estatus. En estos casos tampoco se llevaba control.
No se registraba nada. Ya estaba todo hablado. Esos niños se entregaban. La que
llevaba un poco más el control era la monja.
D.: ¿Sor María Gómez Valbuena?
E.: Sí. Recuerdo la imagen. La monja ponía a todas las chicas
ingresadas a hacer ganchillo.
D.: ¿Cuántos niños eran entregados en la maternidad de San Ramón
al día?
E.: Dos o tres cada día.
D.: Entonces, ¿había mucha gente ingresada?
E.: No. Era un chalet con sólo 10 habitaciones. Aquello no
parecía una clínica ni por dentro ni por fuera. Pero salían y entraban muchas
mujeres embarazadas. Otra cosa que me llamó la atención fue que se
practicaban muchas cesáreas sin necesidad. Eso era porque así
dejaban a las mujeres siete días más, mínimo, ingresadas en la clínica, y así
el doctor Vela ganaba más dinero. Recuerdo que había mucho mutismo. Era: tú obra
y calla. El doctor Vela era un hombre distante. Se mantenía en su papel de
director y dueño. En la clínica no se hablaba. El doctor Vela actuaba con total naturalidad, estaba
acostumbrado. Era su trapicheo. Él era
el que mandaba y en segundo lugar estaba sor María Gómez Valbuena.
D.: ¿Cree usted que Vela entregaba los bebés porque, como él ha
dicho, era mejor para las madres, por una razón ligada a la moral católica?
E.: Sinceramente, no. El doctor Vela no entregaba a los bebés
por una cuestión moral, era su
negocio.
D.: ¿En el parto se dormía a las embarazadas para que no
conocieran a su hijo y así poder argumentar que había muerto?
E.: Sí. Era como se hacía también en otros hospitales públicos, pero en esas
maternidades las mujeres habían dado su consentimiento por escrito previamente.
En la clínica privada San Ramón se las atontaba un poco. Inhalaban éter o
pentanol, tampoco era una anestesia total, para que no escucharan al hijo. Así
no preguntaban por él después.
En San Ramón no había medios, era todo muy cutre. No había apenas material quirúrgico, a las mujeres se las
trataba con austeridad. Recuerdo un caso terrible. El doctor Vela practicó una
cesárea a una embarazada y surgieron complicaciones. La mujer se desangraba y
como no había banco de sangre el doctor Vela mandó al marido a comprar sangre a
la calle, no sé dónde, y cuando el hombre llegó esa mujer ya había muerto. Fue
horrible. No había de nada. Esa mujer murió el día de San José. Tengo un
recuerdo horrible de aquello. Tampoco había equipos técnicos para atender a los
neonatos.
D.: ¿Usted se imaginaba las dimensiones de esta trama
organizada? ¿Cómo se siente usted con todo lo que ahora se está conociendo
sobre el robo de bebés?
E.: Muy mal. Con mucho dolor. Vienen a mí muchas cosas
negativas… mucha impotencia. No imaginaba todo esto. Estoy sufriendo mucho. No hay palabras…
D.: ¿Cuánto tiempo trabajaba usted al día en esa clínica?
E.: Unas horas..., yo no tenía contrato. Entonces la ignorancia
triunfaba. Si yo supiera quiénes son las madres de esos hijos que las buscan
ahora… Pero no hay papeles. Yo entonces no era de la plantilla. Me estoy
enterando ahora de todo lo que ocurrió, en otras maternidades también. Esa
forma de actuar está en desacuerdo con la vida. En San Ramón había mucho silencio,
pero todo el mundo sabía y otorgaba.
D.: ¿Todos? ¿Incluidos administrativos, personal de
mantenimiento...?
E.: Sí, todos. Claro, era un hospital pequeño. La madre entraba,
daba a luz y después, de
buenas a primeras, le decían que el niño había muerto.
D.: ¿Siempre enseñaban el mismo bebé muerto cuando le decían a
la madre que había fallecido su hijo, mientras el niño ya había sido entregado?
E.: Sí.
D.: Entonces, ¿no morían bebés en San Ramón?
E.: No. Yo allí
nunca vi que murieran niños, ni ataúdes con bebés, ni un
entierro, ni nada. La única defunción en los meses en que yo trabajé fue la
muerte de la mujer que se desangró. Lo que no entiendo es cómo ha tardado tanto tiempo en
salir todo esto a
la luz. Allí lo sabían. ¡Cuánta hipocresía! Si yo hubiera formado parte de la
plantilla… Yo tengo hijas y me parece una crueldad. Si esto hubiera salido
antes hubiera sido más fácil tirar de la hebra. Tengo muy malos recuerdos. Cumplido
aún los 65 años”.
La 'fábrica' de bebés. El país. DOMINGO, 22 de
febrero de 2009
Decenas de niños dados
en adopción por la clínica San Ramón de Madrid buscan su origen. Dos de ellos,
entregados a sendos matrimonios de Valencia, dan la cara por primera vez.
Decenas de
recién nacidos -quién sabe si tal vez centenas- fueron dados en adopción al
poco de haber sido alumbrados por sus madres en la clínica San Ramón de Madrid
en los años 70 y 80 del siglo anterior. Muchos de esos niños -son ya hombres y
mujeres- buscan compulsivamente sus orígenes; descubrir quién era su madre
biológica; saber por qué renunció a ellos y si lo hizo voluntariamente o si fue
engañada; aclarar si su proceso de adopción fue limpio o si en realidad fue
fruto de una burda transacción económica... No importa que haya pasado mucho
tiempo. No importa que la mayoría de esos chicos y chicas sean ahora adultos
con una vida feliz.
En todos
hay un deseo, que en algunos casos llega a convertirse en obsesión, por
encontrar el rastro de su progenitora. Entre ellos están José y Miguel Ángel,
dos niños del San Ramón, que han
decidido dar la cara y romper el muro de silencio que enmudece a los demás.
Ellos son los primeros en hablar abiertamente y en dejarse fotografiar.
"Nací
prematuro. A mi madre le dijeron: 'Meta al crío en el maletero del taxi, y si
se muere, lo tira y le damos una niña". En un solo
pueblo, próximo a la capital valenciana, hay nueve 'niños de Madrid', como
llaman a los adoptados. La clínica San Ramón se vio salpicada en noviembre de
1981 por una operación policial que culminó con la detención de cinco mujeres y
un hombre por presunta venta de recién nacidos. La Brigada Judicial de Madrid
actuó tras tener conocimiento de que una prostituta que ejercía en la calle de
la Montera había dado a luz a un niño y que éste había sido entregado, previo
pago de varias decenas de miles de pesetas, a un matrimonio residente en
Levante. Eso destapó una compleja red de supuesta compraventa de bebés.
"El
centro médico en que fueron asistidas las parturientas fue la clínica San
Ramón, situada en el paseo de La Habana número 143, donde obtenían toda clase
de facilidades para ocultar su identidad. En las certificaciones presentadas
ante el Registro Civil constaba que el recién nacido era hijo de madre
desconocida", informó en su día la Jefatura Superior de Policía de Madrid.
Cuando
muchos de aquellos niños del San Ramón se han enterado de aquellos hechos y
de su propio proceso de adopción, les han asaltado las dudas. Dudas sobre la
actuación del doctor Eduardo Vela -el tocólogo que dirigía el sanatorio y
firmaba los papeles del parto-, así como sobre cuantas personas y funcionarios
intervinieron en el asunto. Dudas, incluso, sobre si sus madres biológicas
renunciaron a ellos conscientemente o si éstas fueron engañadas diciéndoles que
su criatura había nacido muerta. El escaso y laxo control que entonces había
por parte de las autoridades estatales sobre los menores abandonados da pie a
todo tipo de especulaciones.
Un lote de
esos críos fue a parar a Valencia, en concreto a varios municipios de la
comarca de L'Horta sur (integrada por los pueblos de Catarroja, Albal, Alfafar,
Benetússer, Massanassa y otros). En uno solo de esos pueblos viven hasta nueve
de esos niños nacidos en el San Ramón, aunque entre ellos y sus vecinos son más
conocidos como los niños de Madrid. Uno de esos chiquillos es José, nacido
el 8 de julio de 1976, según los documentos que posee. Otro es Miguel Ángel,
nacido el 12 de agosto de 1978. Nadie sabe por qué hay tan alta concentración
de adoptados en un territorio tan pequeño. Lo más probable es que funcionase el
boca a boca y que un matrimonio contase a otro la relativa facilidad que había
para conseguir un bebé entrando en contacto con la red que se movía en torno al
sanatorio San Ramón. En casi todos los casos se trataba de parejas que rondaban
los 40 años, sin hijos y bien situadas económicamente. Y en casi todos los
casos se repiten los personajes: el mismo doctor Vela, el mismo abogado, el
mismo notario, los mismos intermediarios y hasta el mismo taxista que trasladó
a los adoptantes hasta Madrid y después regresó al pueblo con ellos y con el
recién nacido.
Entre los
papeles que guarda José hay una factura del sanatorio madrileño en la que
consta que su madre adoptiva abonó 27.363 pesetas en concepto de "gastos
de sanatorio, quirófano y medicación; honorarios de puericultor y matrona;
honorarios de clínica y gastos de incubadora". Naturalmente, esos gastos
correspondían a los ocasionados por el parto de la madre biológica, no de la
adoptiva.
"Nací
muy prematuro y tuve que estar cinco días en la incubadora. Cuando me
trasladaron desde Madrid a Valencia en un taxi, seguía estando muy débil. Y mi
madre me contó que los trabajadores del San Ramón le dijeron: 'No se preocupe.
Métalo en el maletero, y si se muere, lo tira y le damos rápidamente una niña'.
¿Cómo le podían decir eso?", se queja José. El chico, afortunadamente,
salió adelante y hoy es un hombre fuerte y sano.
"Llevo
más de diez años buscando, intentando saber quién es mi madre natural, para
aclarar si ella me abandonó conscientemente o si todo fue fruto de una
compraventa", relata José en su vivienda, rodeado de su joven esposa y de
su hijita. "A mí me contaron mis padres adoptivos, ya fallecidos, que
soltaron dinero a espuertas y que temblaban cada vez que recibían la visita de
algunas personas que intermediaron en el proceso de adopción", agrega. Y
entre ellas cree que estaban una mujer oriunda de Xàtiva y un sacerdote, ya
jubilado, que ejercía su ministerio en Madrid.
Los padres
fueron obligados a presentar un completo inventario de sus propiedades antes de
recibir al crío. En un folio rubricado por el matrimonio, éste declara que es
dueño de dos casas, una huerta de naranjos, 25 cerdos, un caballo, dos carros,
una moto Vespa, un coche... En total, bienes que ellos mismos valoran en más de
nueve millones de pesetas.
José fue
inscrito en el Registro Civil de Chamartín (Madrid) por Ramón C., del que se
dice en el oportuno documento oficial que lo hacía en calidad de
"encargado del sanatorio donde ha tenido lugar el nacimiento" del
crío, del que no se hacen constar ni nombre del padre ni nombre de la madre.
Ramón, un antiguo herrero de Tomelloso (Ciudad Real), en realidad no era ningún
"encargado del sanatorio", sino una suerte de empleado de
mantenimiento, que lo mismo arreglaba la calefacción que conducía una furgoneta
para transportar unas botellas de oxígeno.
-Yo era un
mandado, dice Ramón.
-Pero usted
inscribió en el Registro Civil a bastantes niños supuestamente abandonados por
sus madres... ¿no?
-Sí. No sé
cuántos. Yo calculo que serían doce o catorce. Yo hacía lo que me mandaban el
doctor Eduardo Vela o el administrador del sanatorio (un tal señor Camón).
-¿Y sabe
usted por qué nacían allí tantos niños que luego eran abandonados por sus
madres?
- No lo sé.
También a mí eso me parecía extraño, pero...
El
encargado de mantenimiento asegura que las mujeres que presuntamente daban en
adopción a los bebés no eran prostitutas o drogadictas. Al menos, no todas.
También había muchas jóvenes solteras, recién casadas, trabajadoras, empleadas
domésticas y todo tipo de mujeres "normales". Ramón C. recuerda, por
ejemplo, el caso de una enfermera que decidió no quedarse con su hijo tras
darlo a luz.
En los años
70 y 80 era muy fácil la tramitación de las adopciones si se podía sostener
ante un juez que no se conocía la identidad de los padres, que el niño estaba
en situación de abandono y que no estaba acogido en ningún establecimiento
benéfico. En ese caso, bastaba dejar pasar seis meses para que el bebé fuera
dado legítimamente en adopción, al considerar que era "lo más útil y
beneficioso" para él. Sin más problemas y sin más requisitos que el
teórico control de un juez de Primera Instancia. Hasta que una reforma
legislativa recortó en 1987 el inmenso poder de los médicos, obligándoles a
comunicar a las autoridades cada caso de adopción en que intervenían.
Miguel es
otro de los niños de San Ramón. La documentación que
tiene asegura que nació el 12 de agosto de 1978 en esa clínica, tras lo que
"su madre le abandonó y entregó la criatura a la encargada del sanatorio,
Laura Cecilia R.M." Después, el bebé fue dado a un agricultor valenciano
con buena posición económica y a su esposa, un ama de casa, porque "le
habían tomado tal cariño como si de su hijo legítimo se tratara", según
los documentos legales. ¿Pero dónde y cómo tomaron cariño estas personas a un
niño al que no conocían?
"Desde
que nací tengo una especie de lunar rojo en el entrecejo. Es algo muy
característico y estoy seguro de que, si me viera mi madre biológica, me
reconocería inmediatamente", dice Miguel con convicción. "¿Es posible
que mi madre tuviera la frialdad de abandonarme? No me lo creo. ¿No sería
engañada para que lo hiciese?", añade. Es una pregunta que le corroe y que
lleva años intentando que alguien le responda.
Las dudas
son especialmente acuciantes en el caso de las mujeres. "Cuando me
pregunta el médico por mis antecedentes familiares, tengo que mentir como una
bellaca. ¿Qué sé yo de las enfermedades que padecían mi madre o mi padre? No lo
sé... y eso me angustia", confiesa una mujer nacida en San Ramón en los
años 80.
La revista Interviú publicó en diciembre de 1981 una serie
de tres reportajes sobre esta clínica -hoy ya inexistente- que, a tenor de los
testimonios de trabajadores anónimos, aparecía reflejada como si fuera una casa
de los horrores en la
que supuestamente sucedían las cosas más extrañas: embarazos simulados,
cadáveres de bebés conservados en un congelador, supuestas presiones a jóvenes
madres solteras para que dieran a sus criaturas en adopción...
Varias
mujeres que dieron a luz en el San Ramón han confiado a EL PAÍS sus temores de
que fueran víctimas de un engaño: en su día les dijeron que su bebé había
nacido muerto, pero ni ellas ni sus maridos o compañeros sentimentales vieron
jamás el cadáver. La mayoría de las parturientas eran jóvenes a las que algún
directivo de la clínica les aconsejó entonces que se olvidasen de todo porque
el propio centro se ocuparía del entierro y del resto de los trámites.
"¿Sería
verdad que mi niño había muerto? ¿O simplemente me engañaron y dieron a mi bebé
en adopción?", se pregunta una madrileña, actualmente madre de familia.
Internet
permite que estos hombres y mujeres hayan decidido formar una red de ayuda
mutua. Hay adoptados que ahora, al buscar sus orígenes, no dudan en tildar al
San Ramón de "maldito sanatorio". En las páginas web quiensabedonde.es, buscapersonas.org y otros foros hay infinidad de
mensajes de personas que buscan una pista para aclarar el proceso por el que
fueron a parar a manos de sus actuales familias. Es un proceso difícil porque,
según el doctor Vela, todos los archivos fueron destruidos por imperativo
legal. Un enigma colectivo casi imposible de resolver. –
Periodista;
Jesús Duva
Adolescentes
golpeados por la carestía
Francisca Villar tenía 18 años y su novio Alfredo, 17. Cuenta en la querella que militaban en las juventudes comunistas de Carabanchel y su delito fue intentar desplegar una pancarta contra la carestía de la vida el 20 de febrero de 1975. Fue detenida por la temida Brigada Político Social e interrogada por Antonio Gonzalez Pacheco “Billy el Niño”. Golpes, puñetazos, insultos… Recuerda que la menstruación le vino adelantada, la humillante dificultad para que la permitieran ir al baño entre vejaciones y que no le facilitaron compresas durante varios días. Su familia la vio ya en la cárcel de Yeserías con aspecto, de haber sido terriblemente apaleada.
Francisca Villar tenía 18 años y su novio Alfredo, 17. Cuenta en la querella que militaban en las juventudes comunistas de Carabanchel y su delito fue intentar desplegar una pancarta contra la carestía de la vida el 20 de febrero de 1975. Fue detenida por la temida Brigada Político Social e interrogada por Antonio Gonzalez Pacheco “Billy el Niño”. Golpes, puñetazos, insultos… Recuerda que la menstruación le vino adelantada, la humillante dificultad para que la permitieran ir al baño entre vejaciones y que no le facilitaron compresas durante varios días. Su familia la vio ya en la cárcel de Yeserías con aspecto, de haber sido terriblemente apaleada.
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